Julieta Capuleto y el ausente Romeo

Abandonamos San Zeno y nos dirigimos hacia Castelvecchio. El padre de Lorenzo, al verme tan manifiestamente hecho polvo por el calor y el cansancio acumulado de estos días de turismo italiano, se detiene un instante, preocupado.

C’e la fai?

Asiento con la cabeza, más por educación que por sinceridad.

Desde donde estamos se ve el famoso y medieval Ponte di Castelvecchio, con sus inmensos y robustos arcos.

Llegamos a la puerta del castillo, pasando de largo una estatua de Cavour. La afluencia de turistas vuelve a ser notable. En la parte central del puente hay unas escaleritas para disfrutar de unas vistas un par de metros más altas que las que se ven desde donde estoy yo.

Echamos algunas fotos y nos arrimamos a una especie de «ventanal» robado al muro. Una buena brisa nos saluda desde este punto.

È aria caldino, ma sempre aria –aprecia la madre de Lorenzo.

Al volver sobre nuestros pasos, nos fijamos ahora en una antigua puerta romana que cambiaron de lugar para facilitar la moderna circulación de coches. De hecho, en el suelo de la puerta se entreven las marcas de las ruedas de los antiguos carros.

Hacemos una necesaria parada en la Gelateria Savoia, que presume de existir desde el año 1939. Sin duda, un año idóneo para abrir una heladería. Visión de negocio. Nos pedimos una obligatoria mattonella, una especie de sandwich helado, denso y delicioso, que se lleva mucho por estos lares.

Para cuando terminamos de saborearla, ya hemos llegado a la Piazza Bra. la más grande de la ciudad. Enseguida me viene el recuerdo de cuando estuve aquí hace cinco años, y después de menos de dos minutos de sentarnos en las escaleras del edificio de la Gran Guardia, un loco empieza a rondar la zona donde nos encontramos, pegando gritos ininteligibles sin destinatario alguno.

La estampa tiene cierta gracia, hasta que un segundo individuo, un barbudo, se suma al concierto cantando a todo pulmón unas inquietantes frases en árabe. Unos chicos que también están sentados en la escalera se parten de la risa.

Via!! Via!! –grita el primer loco.

Nosotros, obedeciendo al sentido común, nos alejamos y reanudamos la marcha.

Pasamos junto a una curiosa fuente cuya escultura honra la unión geográfica de Los Alpes con Mónaco, y dirigimos nuestros pasos hacia la Casa di Giulietta.

La última vez que estuve aquí me quedé con ganas de visitar algo relacionado con Romeo y Julieta, y esta vez no pienso irme sin hacerlo, por muy «de guiri» que sea. Así que nos adentramos en el patio que da al balcón de Julieta, atravesando un pasillo recién pintado donde hasta no hace mucho habían miles de graffitis. Al llegar al patio, observamos a unos cuantos ignorantes que se hacen la foto tocando la teta de Julieta. A mí me parece muy vulgar hacer algo así con la estatua de una de las más conocidas y colosales historias de amor de la historia de la literatura, así que me limito a hacerme una foto «al lado» de Julieta y otra, como buen romántico que soy, cantando hacia su balcón, a ver si se asoma a lanzarme un beso.

Me había propuesto hacerme con algún libro que contara la relación histórica de este emplazamiento con la obra de Shakespeare, de modo que me dirijo a la tienda de souvenirs. Lo único que me encuentro son tazas horteras, imanes cutres, postales prediseñadas y camisetas sin ninguna gracia. Tienen, eso sí, una especie de libreto para turistas contando cuatro cosas sobre los Capuleto. Lo compro por si acaso, y logro que la dependienta me dé la dirección de la Librería Minotauro, muy cerca de ahí, donde «seguro que tienen algo de eso».

Zumo de menta, a falta de buena lectura.

Finalmente, lo único que adquirimos en la Librería Minotauro es un zumo de menta con hielo que tardo un buen rato en terminarme, para hastío de mis anfitriones. Por lo demás, todo lo que tienen son libros comerciales y poco interesantes, y andan algo justos de existencias.

Mientras andamos de vuelta hacia el parking, observando más y más restos romanos que salpican la calzada aquí y allá, no desaprovecho la ocasión para preguntar al padre de Lorenzo, veronés de nacimiento, una duda que me acaba de surgir.

– Acabamos de ver la casa y el balcón de Julieta, que en teoría está en el lugar donde realmente vivió la familia Capuleto. Pero… ¿qué pasa con la familia Montesco?

Romeo non vale niente! –me responde, con cierta ironía.

Todas mis esperanzas se desvanecen al instante.

Pasamos junto a la grandiosa iglesia de San Fermo que, ironías de la vida, está cerrada desde hace un tiempo, y Lorenzo me cuenta que en la parte del sótano hay otra iglesia. Es decir, que por dentro es todavía más grande de lo que parece.

De vuelta en casa de la familia de Lorenzo, cenamos a la fresca un melón con jamón a la italiana, comentando los highlights de la jornada. La madre de Lorenzo se sorprende cuando le digo que nunca he estudiado italiano, sino que lo he aprendido con el tiempo, a base de viajes, amistades, lecturas y canciones.

– ¡Pues tenemos una amiga que lleva treinta años viviendo aquí y lo habla bastante peor! –me confiesa, y toda la familia suscribe el comentario.

Publicado por jmangles

Comunicador. Escribo y trabajo en audiovisuales! Más sobre mí en www.jmangles.com

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